
El agua no corre pero el mar se expande
al infinito como la cama del insomne
no hallando límites ni horizontes
en la oscuridad de la noche negra.
Las olas se mueven, se acercan
se retrotraen y se transmutan en un reloj
detenido en un instante para siempre.
Traen desde el fondo del mar
polaroids desteñidas por el sol,
carcomidas por la humedad,
viejas voces acoplándose con una antigua
canción de cuna al ritmo de una silla mecedora
dejando apenas entreoír un lejano silbido;
nombres, nombres, pero no hay rostros,
la imagen se deshace con la espuma del mar.
Las olas vuelven y el paisaje se abre,
el mar es una gran posibilidad.
Abajo las rocas imitan a las nubes,
cobran las formas de los sueños olvidados
de los viajes que nunca fueron hechos,
pero todo eso también desaparece.
Sólo queda la distancia entre el cuerpo hendido
y el olor a sal transparente chocándose
violentamente contra el precipicio.
El viento induce a proceder, hace alas
de los brazos y ahora es un pájaro
el que es invitado a volar
en busca de un sitio más cálido.
Uno a uno los sentidos pierden fuerza,
el golpe de las olas es terrible,
pero no es mortal; no se muere del mar.
Todos los recuerdos ahora se encuentran
sumergidos en una misma sustancia.
El mar halla su horizonte,
el cuerpo, perspectiva.