jueves, 17 de julio de 2008

Proceso de introspección














Odio los subtes. En sí, el subte como objeto me gusta, es lindo, más que nada los de la línea a. A pesar de que parece que en cualquier momento se caen a pedazos, esa luz tan naranja y tan intermitente, sumada a que todo es de madera dentro de los vagones, tiene su encanto, sí, eso me gusta. Lo que no me gusta es el subte como hecho. Pensar que ahora cuando termine de bajar las escaleras ya voy a comenzar la carrera interminable que empieza por ponerme primero en la fila. Si quedo atrás de ese viejo que va rengueando con un billete de cien pesos en la mano, cagué, voy a estar horas esperando a que se decida por lo que quiera comprar o a que le den todo el cambio. Mejor me apuro. Lo siento, disculpe, perdón, pero bueno, estoy apurado. No es una excusa realmente para esta ocasión, vivo apurado, pero eso no viene al caso. No quiero ni pensar en toda la gente que va a haber congregada esperando por el subte, ya siento todo ese calor humano que puede venir únicamente de, por lo menos, un centenar de personas pegadas una a la otra. Nunca me gusto estar en medio de tanta gente. No sé por qué. Por un lado pienso en cómo pierdo mi identidad en medio de todas estas identidades, no sé qué sentido tiene eso, pero es así. Entre todos hacemos como una uniformidad gigantesca, no somos personas separadas, no tenemos identidades separadas, sino que somos la, con mayúsculas, persona esperando el subte, el pueblo que espera el subte. Quizás por eso tampoco me gustaron nunca todas esas militancias políticas de la universidad, ni los grupos de nada en realidad. Pero debo ser yo, no creo que todas las personas que se unen a esas agrupaciones piensen como yo que al hacerlo uno pierde su identidad. Me duelen los pies y no voy a conseguir asiento hasta la anteúltima estación, y eso para qué, por una estación, pero sé que voy a terminar sentándome, cómodamente, por esa única estación. No importa, nada me importa en este momento más que llegar a mi casa de una sola vez y ponerme a escribir. Qué estúpido, digo, anteponer algo tan solitario como escribir a la vida. Pero esto no es vida, esto es viajar en el subte a las seis de la tarde, lo que equivale a la muerte más que a la vida. Pero a lo que me refiero es a que estoy anteponiendo mi reclusión a mi esparcimiento, una tarea cerebral a una tarea física. Bueno, no es ninguna novedad que hago ese tipo de cosas. Sería peor apurarme a llegar a mi casa para ver la televisión cuando estoy con un grupo de amigos. Por lo menos amigos, acá no tengo a nadie. Acá están la señora leyendo el libro de dan brown, el señor revisando su agenda, la chica escuchando el mp3, los chicos repartiendo estampitas, la señora que espera que alguien se levante de su asiento como si de un animal esperando por su presa se tratara, y etcétera, porque todos somos un etcétera acá. Y en realidad esto no es nada propio de un viaje en subte, esto es propio de la vida. Siempre voy a acordarme del personaje de memorias del subsuelo de dostoievski, aunque ahora no me puedo acordar bien como sería la cita, pero esa vida en reclusión, esa vida tan ermitánea no está tan alejada de la realidad. Si al final somos nosotros mismos sólo cuando nos encontramos solos, quién soy yo acá en medio de esta gente, quién soy yo en medio de toda la clase en la facultad, quién soy yo entre todas las personas que esperan cruzar la avenida, quién soy yo entre todas las personas que viven en mi edificio. Quién soy yo en el mundo. En el mundo no soy nadie, soy sólo una persona más, un estudiante más, una persona a la que le gusta leer y escribir más. Un etcétera, otro más. Sólo yo comprendo quién soy, y cómo me siento, para los demás soy sólo algo que puede ser ubicado dentro de un parámetro, dentro de una tendencia. Yo tampoco puedo decir que hago algo para cambiar esa situación; es más, contribuyo a que las cosas sean así pensándolo en este momento y luego llevándolo a cabo cuando alguien me diga que le duele algo o que soñó tal cosa y yo le conteste que seguro que es tal o cual otra cosa que le sucedió a alguien más. Siempre opté por la soledad, la elegí, a pesar de no saber bien por qué. Desde chico, y ahora empiezo a entender por qué soy de esta manera. Dentro de mí, mi corazón late en soledad, mis pulmones hacen que respire en soledad. Pero no me molesta, por qué habría de hacerlo, si me molestara iría junto a otras personas. El tema es que por más que haga eso voy a seguir sabiendo que estoy solo. Entonces la única solución es engañarme, mentirme a mí mismo, que es lo que voy a terminar haciendo. Sí, a partir de ahora voy a hacerlo. Al fin me puedo sentar tranquilo. Es increíble la cantidad de gente que se baja en esta estación, es que acá se hacen todas las combinaciones, por eso debe ser. Y para el lado que voy no va tanta gente, qué raro, pero no quiero más soledades, ni torturas auto inflingidas.
Mi parada.

1 comentario:

Paula Sosa Holt dijo...

aún en el más elevado amor, siempre estamos solos.