lunes, 14 de noviembre de 2011

Adaptación







Tres luces
Claire Keegan
Eterna Cadencia
2011











NOSTALGIA Y OLVIDO

Tres luces captura el momento de vida de una niña en que todo cambia. Narrada enteramente desde su punto de vista, la nouvelle comienza con el viaje en auto que realiza junto a su padre desde el hogar familiar hasta el que será su hogar sustituto por un tiempo, la casa de los Kinsella. Ya desde el principio, la niña se deja seducir por el imaginario que le sugiere su destino: “Me imagino a mí misma acostada en un dormitorio oscuro, con otras niñas, diciendo cosas que no repetiremos cuando llegue la mañana”, enuncia, tomando distancia de su propia vida hasta ese momento.
Una vez en la casa de los Kinsella, comprueba dos cosas. Por un lado, que se halla en un momento bisagra de su vida: “Estoy en un punto en el que no puedo ser la que siempre soy ni convertirme en la que podría ser”. Por el otro, que la experiencia que le espera es distinta. Se puede leer este fenómeno como la apertura al mundo de un niño que sale por primera vez de las cuatro paredes familiares hacia lo nuevo y desconocido. En un principio, el hogar (y todo lo que implica) permanece en su mente como lo normal, aquello con lo que todo va a ser comparado; tal como ocurre con el matrimonio que la recibe, que es definido por su diferencia con sus propios padres: “[La Sra. Kinsella] Se ríe y humedece el pulgar y me limpia la cara. Puedo sentir su pulgar, más suave que el de mi madre, sacándome algo”. Sin embargo, rápidamente, la experiencia (y la figura materna que reemplaza a su propia madre) se vuelve inconmensurable: “Sus manos son como las manos de mi madre, pero hay algo más en ellas, algo que nunca antes sentí y no sé cómo llamar. Me siento sin palabras, pero esta es una casa nueva y necesito palabras nuevas”.
Su vida como la conocía queda atrás al momento en que el padre se retira y la deja sola, especialmente porque no le deja ni siquiera la valija con sus pertenencias. Devuelta, aunque sea simbólicamente, a un grado cero, la niña permanece en un punto inestable entre la nostalgia y el olvido. Si bien tiene momentos en los que quiere es el retorno: “deseo volver a casa para que todas las cosas que no entiendo sean como siempre son”, inmediatamente después da señales de adaptación y de olvido: “Trato de recordar otro momento en que me haya sentido así y me pongo triste porque no puedo acordarme, y feliz, también, porque no me acuerdo”.

HOGAR

En la casa de los Kinsella, la niña encuentra un nuevo significado para la palabra hogar. Desde que pone el pie adentro por primera vez, encuentra una sensación de calor y comodidad inédita en su vida hasta ese momento, algo que no había sentido en casa con su propia familia: “Desde la puerta sopla una corriente de aire fresco, pero aquí hace calor y todo está quieto y limpio”. La mayor diferencia se da en la dinámica de la relación que los Kinsella establecen con ella. A diferencia de lo que ocurre en su casa, donde tiene que trabajar y nadie se ocupa de ella, en su nuevo hogar “hay espacio y tiempo para pensar”. Por otro lado, también es distinta la relación que hay entre el matrimonio con respecto a la de sus padres. El afecto y el calor gobiernan, en contraposición a la frialdad y al descuido que está acostumbrada a observar. Rápidamente la niña desarrolla un fuerte vínculo con la Sra. Kinsella, quien la acompaña siempre, se ocupa de ella, y con quien la ternura es recíproca: “la agarro de la mano y siento que la equilibro”. De esta manera, el tiempo se desarrolla de manera placentera, “cada día se parece mucho al anterior”, produciendo unas sensación de confort y tranquilidad.

TIEMPO

La calma con que se desarrolla la trama de Tres luces, sumada al escenario del campo, produce un efecto de atemporalidad en el relato. Todo parece ocurrir en un momento indefinido, muy lejos de la experiencia urbana, con apenas algunos rastros de contemporaneidad esparcidos espaciosamente, como por ejemplo el uso generalizado de automóviles para transportarse. El contexto interviene únicamente a través de las noticias, que también parecen venir de lejos, y apenas intervienen en la vida de los personajes. Se habla, por ejemplo, de la noticia de la muerte de un huelguista y, más adelante, se retoma este tema en el noticiero nocturno: “pasan a la madre del huelguista muerto, disturbios, luego al Taoiseach y a unos extranjeros en África, muriéndose de hambre, y después el informe meteorológico, que dice que va a hacer buen tiempo otra semana”. Ninguno de estos acontecimientos tiene el menor efecto sobre la realidad en que se encuentran inmersos los personajes. El noticiero muestra un suceso terrible tras otro sin el menor rigor y a una velocidad que resulta completamente ajena a la vida en el campo. Quizás la noticia que tiene mayor trascendencia es la de la continuación del buen clima. En este sentido, la nouvelle de Claire Keegan se puede emparentar con los relatos góticos del sur norteamericano, como por ejemplo los de Carson McCullers o Truman Capote, que también transcurren en la lejanía del campo, lejos del bullicio de la ciudad y en un idilio que puede sólo puede ser pretérito e irrecuperable.

CUENTOS DE HADAS

Hay algo en la experiencia en la que se embarca la niña protagonista de Tres luces que recuerda a los cuentos de hadas. Por un lado, se puede pensar en el abandono que sufre por parte de sus padres y en cómo la dejan, de alguna manera, liberada a su propia suerte, algo que les ocurre a los niños al comienzo de casi todos los cuentos de hadas, desde Alicia hasta los jóvenes Darling en Peter Pan. La situación está medianamente normalizada por el inminente parto de la madre; sin embargo, los propios Kinsella advierten la negligencia con que atienden a la niña en su casa. La Sra. Kinsella repara en esto: “Dios te ayude, criatura. Si fueras mía, jamás te habría dejado en una casa con extraños”. Inmediatamente, el clima se enrarece, abriendo paso al mundo de lo siniestro, característico también de los cuentos de hadas. Por otro lado, hay algo del orden de lo perverso en el vínculo que se establece entre la niña y el Sr. Kinsella. Si bien al principio le presta poco y nada de atención, progresivamente se va produciendo un acercamiento donde lo corporal entra en juego. La niña empieza a volverse su predilecta, pasa a sentarse sobre su falda y él no puede sacarle los ojos de encima.

RUMORES

La tranquilidad y el confort inicial que encuentra la niña en el hogar adoptivo se ven interrumpidos de manera intermitente por la emergencia de un secreto que los Kinsella ocultan con celo. Esto se vuelve evidente en la insistencia con que intentan aparentar la normalidad: “En esta casa no hay secretos, ¿oíste?” le dice la Sra. Kinsella al principio. Sin embargo, ella sabe que eso es una mentira y la resolución del misterio llega con el personaje de Mildred, el otro adulto con el que la niña interactúa. Es en este aspecto donde la convivencia en el pueblo pierde todo idilio y se vuelve infernal, en el modo en que el rumor y el chisme atraviesan todas las relaciones. Mildred “se muere de curiosidad” y le hace toda clase de preguntas sobre los Kinsellla, para finalmente abordar su secreto mejor guardado: la muerte de su hijo. Es en ese momento que la niña (y también el lector) se da cuenta de cómo ella llegó para ocupar un lugar vacante en la familia que la adopta temporalmente, algo que explica tanto la relación que los dos desarrollan con ella, como la ropa con que la visten en un principio. La niña, ni bien llega a la casa nueva, no hace sino devenir ese niño muerto, usando su ropa, durmiendo en su cuarto y recibiendo el amor y el afecto de sus padres. No obstante, ellos también llegan a la vida de ella para ocupar un lugar vacante, que es el del cuidado y la atención paternal. De esta manera, se produce de ambas partes el encuentro con lo que tanto se busca.

VUELTA A CASA

La vuelta a casa es inevitable y se produce abruptamente, que es el único modo de interrumpir la felicidad hallada por los personajes. Al contrario de lo que ocurre en los cuentos de hadas, la niña no quiere volver y si decide hacerlo de manera apresurada es sólo para no prolongar el dolor de la despedida: “Ahora que sé que tengo que volver a casa, casi quiero irme para terminar con el asunto”.  Una vez de vuelta en su hogar familiar, ahora es ella quien porta la diferencia y extrañeza con respecto a los demás, tanto a sus padres como a sus hermanos: “Mis hermanas me miran como si fuera una prima inglesa”. Sin embargo, las cosas no vuelven a como eran antes, la experiencia produjo un cambio irreversible, tanto en ella como en los Kinsella.

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