martes, 29 de noviembre de 2011

Formas del amor







No es amor
Patricia Kolesnicov
Suma de letras
2009











TIEMPO

No es amor es una novela cuyo pulso está marcado por el tiempo, algo que puede percibirse ya desde los títulos de cada una de las partes que la componen. El libro de Patricia Kolesnicov, aparte de contar una historia de amor, narra los años 80 y los tempranos 90 enla Argentina, la transición democrática, las formas de lidiar con el pasado reciente y el advenimiento de la economía neoliberal y del desmantelamiento del Estado.
En primer lugar, el romance se produce entre dos chicas que pertenecen a sectores y ámbitos sociales muy distintos, lo cual las coloca en una relación diferente en cuanto a la política (y, por ende, al pasado y a la historia). Esta diferencia está subrayada por el modo en que está narrada la novela, que alterna entre las dos el punto de vista. Por un lado, Florencia Kraft es una joven militante de la UBA, proveniente de una familia humilde de un pueblito del conurbano. Por el otro, María Gabay es la hija del Señor Rodolfo Gabay, un importante empresario, y se encuentra alejada de la militancia y de las humanidades, refugiada en su laboratorio de bióloga y alojada en el palacio de papá: “Papá es el poderoso Señor Gabay y nadie tocará a su nena y serás una reina y lo mejor para la reina será vivir un año o dos en el colegio y mejor no hablar de muchas cosas”.
Inmediatamente después que comienza la novela, los dos personajes son identificados con sus contextos, de manera que Florencia anda todo el tiempo de acá para allá con las pancartas, volantes, tomando decisiones para su agrupación, etc. y María y su familia caen bajo la sospecha de haber sido cómplices del Proceso de Reorganización Nacional: “A la vuelta de los años podrían decir –los dos- que no había otro remedio, que eran épocas así, que la sociedad toda, que no era el momento histórico de ser ateo ni apátrida”.  Mientras la trama política prevalece, la distancia entre las dos resulta casi insalvable, algo que puede leerse en la enajenación de María ante las manifestaciones militares y las negociaciones de Alfonsin: “Epa, no, no me había pasado nada, qué sabía yo, ¿era por lo de los militares? ¿Por lo que decían papá y sus amigos, que el presidente bajó la cabeza?”.
Si bien lo que resulta esperable de la relación de las dos es el acercamiento de María a la política, no es eso lo que ocurre. Conforme avanza la novela, los 70 y la militancia van quedando cada vez más atrás, algo que se explica por la reubicación del campo político y la obturación de la esfera pública en la Argentinaa fines de los 80 y principios de los 90. El cambio se puede ver en los planes de la empresa Gabay que, a partir del envejecimiento del padre, queda en manos del hijo Gustavo: “El mundo está cambiando tanto, decía Gustavo, en poco tiempo no lo reconoceremos. Hay que ser más fuertes, más grandes, más internacionales”. Otro signo de esta transformación es el imaginario político en los medios masivos de comunicación: “Florencia entró a una revista semanal más bien política, es decir, más tradicional que lo que venía proponiendo, más cerca de América Latina y lejos de Francia, más cerca de la década pasada que de la que venía”. Ya en el año 90, Florencia misma declara: “No soporto la televisión oficial” y, más adelante: “Estoy harta de todo, María. De este país pacato y puto, de la deuda, de los chicos del subte, de la concha de su madre, de las novelas del presidente, todo. Basta para mí”.
Lo que se produce más bien es la apertura de otros sectores que habían permanecido cerrados y en la oscuridad por ya por mucho tiempo. Es el caso del campo de la cultura y el ambiente nocturno de Buenos Aires: “Nos gusta fumar, nos gusta cantar, nos gusta ir a esos teatritos donde la gente se desnuda en San Telmo (…). Nos fusta salir y tomar fanta con vino barato y caminar toda la noche”.  No es difícil asociar ese “teatrito” al mítico Parakultural y, por ende, a Batato Barea y todos los artistas y espectáculos que surgieron con él en ese momento. En este mismo sentido, se puede leer cómo se produce algo así como el equivalente porteño al destape español: “Andaba de noche, pateaba la calle, se juntó con nos cuantos para hacer una revista de sexo y algunas drogas. Con ellos fuimos a una discoteca llena de tipos con tules y maquillaje”.

CUERPO Y POLITICA

A pesar de ser un relato del cierre de la esfera pública, No es amor es una novela plenamente atravesada por la política. El conflicto no pasa por la militancia o la ideología, sino por el propio cuerpo de cada una de las protagonistas. Desde el principio está claro que la ley que une a María y a Florencia es la ley de atracción, especialmente de la primera por la segunda: “Florencia se rió, cabeceó el flequillo y sacó a pasear sus jeans por mi cuarto. Era 1987, Florencia seducía por su aspecto de periodista de serie americana, agresiva, apurada, filosita”. Sin embargo, hacerse cargo de lo que les pasa está más allá de las posibilidades de la dos y, de esa manera, se produce el exilio en plena democracia de Florencia: “Estoy fugada”, anuncia a quienes la reciben en Europa. ¿Fugada de qué? ¿De qué escapa? ¿De qué se exilia? De ella misma, de su propio deseo y, obviamente, de María.

FORMAS DEL AMOR

Desde el principio de la novela, la relación entre María y Florencia está tensada sexualmente. El pacto inicial al que son sujetas al momento en que empiezan a trabajar juntas en la revista establece la distancia: “sabe ella, como sé yo, que no tiene ningún motivo para confiar en mí, que esto no es amor, es un arreglo por arriba de nosotras”, enuncia Florencia. Sin embargo, rápidamente aparecen los motivos y el interés, quedando María ya desde el vamos en ventaja: “No me llevo bien con las mujeres (…) soy de relaciones cortas” dice, en oposición a Florencia, que claramente está buscando todo lo contrario: “yo lo que quería era enamorarme de todo el mundo. Y que todo fuera lindo y lo de las perdices”. Este desencuentro produce la huida de Florencia, al mismo tiempo que tiene un efecto crucial en las dos, en la medida en que se dan cuenta de la importancia de la otra en sus respectivas vidas y, en el reencuentro, se cristaliza el deseo de María: “¿Y si tengo que amar a una mujer? (…) La duda ya existía, habría que verificar: amar a una mujer”. El problema es que para ella se trata de encontrar una experiencia, algo casi intrascendente, mientras que para Florencia “no es la experiencia que regodea, sino el abismo, la nada después del orgasmo”. Una vez que tienen sexo, la relación se consolida como un perpetuo tire y afloje entre Florencia, enamorada hasta la médula y María, que sólo acude a ella en momentos de calentura. El problema de María tiene que ver, por un lado, con querer alcanzar la independencia que siempre le fue escamoteada por su entorno social y familiar. Por el otro, hay en ella una incapacidad para concebir el amor homosexual por fuera del coito, algo que queda claro ni bien ingresa Andrés al relato, el novio con el que sí puede ver el amor y la vida conyugal en el horizonte: “estaba segura de que sería para siempre. Él también: desde el principio nos llevamos como un matrimonio”. María no puede salirse por fuera de la determinación cultural de la heterosexualidad. Florencia, por el otro lado, se niega rotundamente a sujetarse a esa lógica: “me hace feliz ir a la cama con vos, pero no si fingís que no soy una mujer”. De esta manera, su relación queda condenada a la clandestinidad, al costado, a la sombra, al rincón.



FRANKENSTEIN


La excepcionalidad de Florencia (su rareza, su condición queer) pasa también por su cuerpo, siendo su seña particular la cojera (mal de Aquiles también, como de Federico García Lorca). Su cuerpo, nuevamente, se encuentra atravesado directamente por la política y, por un momento, casi se convierte en la intriga policial de la novela, al menos mientras María desconoce la naturaleza de ese fenómeno: “no me iba sin saber de qué se trataba esto, a quién había liquidado -¿sin vehículo?- o quién la había molido a palos y cómo se había saldado eso. (…) ese cuerpo merecía una explicación, un relato catártico por lo menos”. Sin embargo, esta expectativa se desinfla rápidamente cuando se descubre que  no hubo ninguna persecución, que sus heridas no son un efecto de la vida militante. Los años 70, una vez más quedan atrás para dar lugar a otro tipo de política y sus marcas corporales pasan a entrar en consonancia con sus marcas de identidad.

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