miércoles, 13 de mayo de 2009

La visita














No había cambiado nada, todo estaba exactamente igual. Los pájaros aún podían salir a volar tranquilamente por el jardín, mientras que Irma se dedicaba a poner la ropa sobre el tendedero a secar. ¿Qué podría haber cambiado, si solo habían pasado dos años? Todo, absolutamente todo podría haber cambiado. Durante esos dos años mucha gente fue y vino, mucha gente se sentó sobre sus sillas, y mucha gente dejó sus mensajes suicidas en su contestador. Pero nada cambiaba a Irma, era de esas personas duras, difíciles de cambiar, y así había sido criada, así había sido durante toda su vida, cambiando de lugar en lugar, como si de escenarios se tratara, pero siempre representando la misma obra teatral. Luego de colgar todas sus camisas, polleras y pantalones, lentamente se dirigió hacia la silla más cercana, y, en el movimiento más delicado y grácil que jamás pueda haberse visto, encendió un cigarrillo y largó su primera y larga bocanada. Qué paz. Qué paz la de la soledad, la quietud, el aire tan fresco, la ropa secándose, el humo del cigarrillo que se mueve como una bailarina con el viento, todo era tan bello, tan permanente. No deseaba cambiar nada. Absolutamente nada. No había razón para hacerlo. Pronto llegaría Mario, y no quería recibirlo con ese aspecto; así que una vez terminado el cigarrillo se puso de pie y marchó hacia su cuarto a paso firme. Una vez allí se miró en el espejo. Se veía mejor que nunca, hace mucho tiempo que no se miraba en el espejo y se gustaba a sí misma. El pelo lo había cortado esa misma mañana, y esos zapatos eran los que había recibido en su cumpleaños, la semana anterior. Los zapatos estaban bien, pensó, era el vestido el problema. No podía recibir a Mario con ese aspecto. Abrió el placard y encontró un vestido violeta, pero tampoco era adecuado. Sabía cuánto detestaba el contraste que se formaba entre la blancura del usual atuendo de Mario y sus vestidos tan oscuros. La lección ya la había aprendido, así que se decidió por el vestido color aguamarina. Primero se quitó los zapatos, y en un movimiento sugestivamente erótico comenzó a quitarse el vestido, siempre mirándose en el espejo. No llevaba puesto un corpiño, no tenía por qué hacerlo, pero sí llevaba bombacha; no se puede uno regalarse a sí mismo tan fácilmente, pensaba. Una vez en ropa interior, pero aún con sus zapatos, se quedó quieta. Su imagen le agradaba, y no podía dejar de mirarse; sus senos tenían la forma perfecta, y su cintura no llevaba un kilo demás. Estaba perfecta, adorable. De repente el reloj dio las cuatro de la tarde, llevaba más de media hora en algo que sólo debía tomar unos pocos minutos. Tomó el vestido color aguamarina y se lo puso rápidamente, sabía que Mario no tardaría en llegar, era una de las personas más puntuales que conocía, y a ella tampoco le gustaba hacer esperar a la gente. Nuevamente se observó en el espejo, con el vestido puesto, pero su peinado no concordaba. La raya a la derecha no le agradaba, claro que el espejo no mostraba la imagen que todos veían, sino la inversa, así que se decidió por dejarlo así. Se pasó el peine lentamente, desanudando los nudos, y nuevamente se observó en el espejo. Al ser de cuerpo completo, nada se le escapaba al espejo, desde su cabello perfectamente peinado hasta sus zapatos nuevos. Lista. Estaba lista para recibir a Mario, y nada podría arruinar ese momento. Justo a tiempo, pensó cuando escuchó el timbre sonar. Dando un último vistazo al espejo se dirigió con paso firme hacia la puerta, haciendo ruido con los tacos contra el suelo de madera. La puerta era de vidrio, y, aunque cubierta con una delgada cortina blanca, dejaba ver la sombra de quien se encontraba detrás de ella. Efectivamente, era Mario, y estaba esperando por ella. Se paró en la puerta, puso la mano sobre el picaporte, y luego de dudar un rato la abrió.
- Buenos días Mario, estoy lista para mi examen médico-
(2004)